Nuestra historia.
Si un familiar cercano hubiera tomado decisiones adecuadas, habría podido jubilarse a los cuarenta años. Sin embargo, el 20 de octubre de 2019, se encontraba al borde de la quiebra.
Así comienza esta historia, que es también la mía, la historia de Andhy.
Esa noche, un viernes, está grabada en mi memoria. Mientras reflexionaba sobre cómo y por qué habíamos llegado a esa situación, me sorprendía la idea de que alguien con el patrimonio inmobiliario y las empresas de mi familiar pudiera enfrentarse a dificultades financieras tan serias. Este evento me enseñó, como ningún otro, una de las lecciones más importantes de mi vida: si no se planifica el futuro, el presente puede hacerse añicos en cualquier momento.
Recuerdo claramente haber llegado a una revelación esa noche: la palabra «estrategia» resonaba en mi mente. Sinceramente, no era una palabra que estuviese en mi vocabulario. Era palabra de mayores, de gente que pensaba de otra manera. Sin embargo, en ese momento no tenía ninguna duda de que esa palabra reflejaba con claridad lo que mi familiar debió haber hecho. No puedes permitir que las cosas simplemente sucedan sin una planificación adecuada. No importa cuántos recursos tengas.
Es esencial tener una visión a largo plazo, pero quizás aún más crucial es saber cómo alcanzarla. Si no eres tú quien decide hacia dónde quieres dirigirte, ¿cómo sabrás si alguna vez llegaste allí? Si no defines por ti mismo cuál es tu meta, es muy probable que te encuentres totalmente perdido en algún momento de tu vida.
Pero lo que más me impactó fue darme cuenta de que seguía los pasos de mi familiar. Estaba gastando todo lo que ganaba, viviendo el día a día, disfrutando del presente sin pensar en las consecuencias futuras. Aunque estaba llevando una vida cómoda, nunca antes había considerado que esto podría cambiar de manera tan drástica debido a circunstancias inesperadas. Entendí que si continuaba viviendo únicamente el momento presente, eventualmente me enfrentaría a problemas similares.
Por ese entonces, ya llevaba varios años trabajando en el sector inmobiliario y económicamente me iba muy bien. Sin embargo, en lo más profundo de mi corazón, sabía que algo no estaba del todo bien, y anhelaba un cambio, aunque en ese momento no sabía exactamente qué era. No tenía conciencia de lo que me faltaba.
Fue durante esa época cuando conocí a Juan y Miguel, y claramente este fue el punto de partida de otro capítulo en mi vida. Un capítulo que marcó un nuevo comienzo, casi como si fuera el primer acto de una nueva trama que estaba comenzando. Una trama que, como sucede con las buenas historias, empieza con una anécdota, está llena de sorpresas y, por supuesto, de personas inolvidablemente buenas.
“Si en esta semana no cierro esta operación, pago la comida.”
“Pues, vamos eligiendo el vino”, comentaron al unísono Miguel y Juan.
A los veintisiete años, ya tenía varios años de experiencia en el negocio inmobiliario. Durante los últimos dos años, había estado inmerso en una etapa profesional en grandes empresas del sector, donde profundicé en el conocimiento de todos los detalles de las grandes transacciones. Y por ese entonces ya tenía una importante cartera de clientes, entre los que estaban Juan y Miguel. Dos personas que, sin dudas, dejarían una marca imborrable en esta historia.
Debido a una circunstancia particular, ellos necesitaban cerrar una operación en un tiempo muy, muy escaso. No era una operación simple, sin embargo, yo lo veía posible. Y les aposté que si no lograba concretar el cierre en esa semana, yo pagaría una comida.
Cuando llegó el viernes de esa semana, la operación estaba cerrada, el valor de la misma había sido más alto de lo que pensábamos y, por supuesto, lo celebramos con muchísima alegría en uno de mis restaurantes favoritos. La apuesta fue noblemente saldada y durante esa comida, casi sin darnos cuenta, comenzamos a imaginar un futuro juntos. Había una sensación de complementariedad entre las formas de ser de Miguel y Juan, y mi particular manera de hacer negocios en el sector.
Juan mostraba un interés incuestionable hacia la gestión, con un enfoque evidente en la precisión. Para él, cada aspecto del negocio parecía ser una minuciosa cadena de montaje, donde cada pieza debía encajar con exactitud. No solo eso, sino que cada pieza debía estar diseñada específicamente para encajar sin fallos. Y, por sobre eso, la persona encargada de colocar esa pieza debía conocer a la perfección el recorrido completo de esa cadena, como si se tratara de un intrincado rompecabezas que exigía atención meticulosa en cada paso.
Por su parte, Miguel era un individuo cuyo universo estaba moldeado por los números; los manejaba con la exactitud de una calculadora, como si su mente estuviera dividida en dos fracciones: una, profundamente humana, y otra, un mecanismo de cálculo puramente científico. Cada cifra parecía ser parte de un vasto algoritmo que él mismo trazaba en lo más profundo de su ser.
Con el tiempo, estas percepciones sobre ambos no solo crecieron, sino que se agigantaron, para mi absoluta admiración y como un método continuo de aprendizaje que hasta el día de hoy sigo viviendo y experimentando.
Seguimos en conversación durante los días siguientes a esta celebración y cada vez se hacía más intensa una idea, una posibilidad: ¿y si nos uníamos para crear algo juntos, para replicar el éxito de esa operación, pero sobre todo para explorar cuán lejos podríamos llegar si uníamos nuestras habilidades?
La capacidad analítica de Miguel y la experiencia en procesos de Juan, combinadas con mi visión de negocio, nos permitían imaginar algo diferente: algo así como una “fábrica de pisos”. Una estructura empresarial que sistematizara e industrializara cada paso del proceso inmobiliario, convirtiendo la compra de un piso en un servicio, en una alternativa de inversión sencilla y sólida en la cual el cliente no tendría que hacer absolutamente nada.
Aquella idea comenzó a tomar forma en nuestra mente, como un proyecto que podría revolucionar la forma en que se percibe y se lleva a cabo el negocio inmobiliario. Junto a Miguel y Juan nos dimos cuenta que podíamos crear una estructura para ayudar a los demás.
Una idea es buena sí, y solo sí, primero la probamos nosotros y vivimos en primera persona su solidez y beneficios.
Decidimos poner a prueba la idea con nosotros mismos. Nos fijamos objetivos y evaluamos si era realmente factible aumentar nuestro patrimonio utilizando la estructura que habíamos ideado. Después de unos meses, los avances que logramos fueron absolutamente notables. Estos progresos sentaron las bases para que nuestro negocio pudiera expandirse aún más.
Durante esta fase inicial, aprendimos una lección crucial: siempre seríamos los primeros en probar nuestras propias ideas. El hecho de que fuéramos
nosotros mismos los beneficiarios de nuestras estrategias nos proporcionaba una tranquilidad inmensa al momento de presentarlas a otros. Era así de simple: al saber que nuestras ideas nos habían beneficiado directamente, nos resultaba mucho más fácil transmitir esos beneficios a los demás. Podíamos contarles lo que habíamos logrado, poniéndonos a nosotros mismos como ejemplo, y estábamos seguros de que estábamos ofreciendo algo genuinamente beneficioso para ellos.
Clientes que eran amigos. Y amigos que les decían a otros amigos que se hagan clientes.
Sentíamos que era el principio de una compañía innovadora, una que no solo cambiaría el juego, sino que también crearía un nuevo estándar en el sector. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que para hacer realidad esta visión, necesitábamos un equipo sólido y diverso que pudiera llevar a cabo cada aspecto de nuestro plan.
Fue así que aparecieron Javier y Luis. Luis, ingeniero en sistemas, era la persona perfecta para informatizar y sistematizar todo el proceso. Su capacidad técnica y su habilidad para encontrar soluciones innovadoras fueron clave en este sentido. Por otro lado, Javier se destacaba por ser el motor incansable del equipo. Era capaz de llevar adelante cada uno de los pasos necesarios con una determinación admirable, asegurándose de que todo se hiciera de manera eficiente y efectiva.
Juntos, conformamos un equipo que trabajaba para hacer realidad nuestra visión compartida. Los resultados comenzaron a ser notorios: más amigos se acercaban interesados en lo que estábamos haciendo. Con el tiempo, amigos de amigos también empezaron a acercarse. Lo que en un principio parecía una buena idea, pronto se transformó en una gran idea, impulsada por la pasión por crear algo único y significativo.
Porque lo que estábamos haciendo era más que un simple negocio. Era cambiar el final de la historia que había vivido mi familiar. Estábamos construyendo un sistema en el que la gente podía construir un patrimonio, hacerlo crecer, visualizar el mañana y asegurar el futuro. Andhy, se convirtió, sencillamente, en la herramienta perfecta para hacer esto posible.
De los activos inmobiliarios de España, al resto de mundo.
La idea de convertir a Andhy en una plataforma para asegurar el futuro nos pareció magnífica. No solo nos beneficiaba a nosotros personalmente, sino que también ofrecía una solución a un creciente círculo de amigos y clientes. Este enfoque hizo que Andhy creciera rápidamente, pero no nos conformamos con ello. Nos dimos cuenta de que al complementar estas soluciones de activos inmobiliarios con otros instrumentos financieros, podríamos ofrecer no solo una solución inmobiliaria, sino una estrategia completa de crecimiento patrimonial. Esta nueva visión nos permitía ampliar nuestros horizontes y explorar nuevas ideas y soluciones para nuestros clientes.
Y así llegamos al día de hoy, donde nuestra compañía es una realidad que nos llena de orgullo y satisfacción. Estamos ayudando a cientos de personas a alcanzar un objetivo magnífico: crecimiento y solidez financiera. Brindamos la tranquilidad y la felicidad de saber que uno es dueño de su destino, capaz de hacer lo que realmente desea. Y todo esto, con la clara comprensión de que la clave fundamental radica en vislumbrar el futuro, anticiparse a él y planificarlo meticulosamente.
Hoy, Andhy sigue en contante cambio y transformación. Creando empresas. Ofreciendo nuevos servicios. Pensando y creando junto a nuestros clientes y socios. Sumando a nuestra “familia” individuos comprometidos, talentosos y visionarios que comparten nuestra pasión por transformar destinos a través de una planificación financiera que trasciende lo convencional.
Jamás pude olvidar aquella noche en la que mi familiar había perdido casi todo.Y desde entonces he hecho todo lo posible para ayudarme a mí a construir un camino seguro. En ese camino, descubrí que ayudar a los demás era aún más importante. Y que el final del día, lo único que nos queda es una simple pregunta: ¿he sido feliz?
La respuesta sólo se encuentra en un sitio: dentro de nosotros. Y cada día es una nueva oportunidad para buscar esa existencialmente magnífica respuesta.
Y por cierto, si se preguntan qué ha sido de la vida del familiar cercano a quien he hecho referencia en esta historia, la respuesta es digna de final de película: hoy es cliente de Andhy y está felizmente jubilada, disfrutando todos y cada uno de sus días.